Por Jaime Restrepo Vásquez
Imagine que está compitiendo en una carrera de 200 metros planos, y en lugar de esforzarse por superar a quienes van adelante, usted les pide que corran más despacio para que usted tenga algún chance de alcanzarlos.
De seguro, en las imágenes que pasaron por su mente, pudo percibir el gesto burlón y de desprecio en sus contrincantes. Incluso, alguno de ellos le podría recomendar, con sarcasmo, que entrene más y que trabaje más duro para tratar de llegar en los primeros lugares.
Básicamente, esto fue lo que hizo la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, al pedir que los demás países decrezcan en sus modelos económicos, a ver si, de golpe, subimos unas cuantas casillas en los rankings mundiales de desarrollo o los demás hacen una pausa y, de golpe, logramos alcanzarlos.
Ella no se ha enterado, o por su cortedad de miras no lo ha entendido, que hay que alimentar, vestir, darles transporte, energía y agua a ocho mil millones de personas en el mundo. Semejante demanda implica, a la fuerza, la necesidad de trabajar al máximo para tratar de garantizar la subsistencia de la gente.
En el fondo, el tal decrecimiento económico implica la castración de las libertades, pues con sus pilares, pretende obligar a la ciudadanía a asumir un estilo de vida conforme al buenismo de los teóricos, desconociendo su voluntad y sus deseos. Por eso habla de reducir, relocalizar, redistribuir y reconceptualizar, entre otros.
Es tan mediocre la ministra, que su propuesta, si fuera aplicable y el planeta estuviera plagado de gobiernos como el de Petro, terminaría en un genocidio que haría palidecer al exterminio judío o al Holomodor en Ucrania. ¿Cómo pedirles a los Estados Unidos, por ejemplo, que cultiven menos, o a China, que produzca menos microchips, o a los países del norte de Europa que reduzcan la explotación petrolera en el mundo?
De hecho, la postura mediocre de Vélez queda completamente sepultada al contemplar la crisis global, por cuenta de la guerra entre Ucrania y Rusia, dos países productores de importantes recursos tanto agrícolas como energéticos. Según la propuesta de la funcionaria, estaría muy bien que, después de la guerra, sigan decreciendo en sus economías, sin importar que sus propios pueblos padezcan las penurias que implica la carencia de alimentos, bienes y servicios, pues al fin de cuentas, lo importante es salvar al planeta, sin importar si la especie humana perece gracias a semejante ocurrencia.
Lo grave es que Irene Vélez fue, para Petro, la mejor opción para la cartera de Minas… ¡Cómo serían las demás alternativas! Es que eso de poner parásitos académicos de humanidades en cargos técnicos, es de las peores salidas que puede tener un gobierno. En Minas se requiere a alguien capaz, conocedor del sector y que lidere la dinamización de la minería y de la energía, sin estropear irreversiblemente al planeta.
Sin embargo, ese perfil no existe en el círculo cercano, mucho menos en el lejano, de Gustavo Petro, quien en su condición de mediocre irredento, se rodea de anodinos peores que él, profundamente ideologizados y con complejos psicológicos muy graves, en los que se autoperciben como los redentores del planeta, cuando en realidad son incapaces de llevar a la práctica una sola idea.
Winston Churchill decía que, si alguien sueña mucho, es porque vive dormido. Pues bien: la mediocre Vélez es una soñadora empedernida que permanece con los ojos cerrados frente a la realidad que está enfrentando. Para ella, son preferibles las teorías perfectas e irrealizables que las realidades imperfectas que, finalmente, conducen al progreso.
El gobierno petrista, con Vélez en su haber, es un gran exponente de la falacia del nirvana. De hecho, con esas «ideas» conquistaron a millones de votantes que les creyeron esos absurdos perfectos e irrealizables como el tren volador, el decrecimiento de los modelos económicos globales, la suspensión de la exploración de yacimientos de gas y la compra a Venezuela de energéticos que no están produciendo. Patético, lamentable y vergonzoso lo que está pasando con Gustavo Petro y su equipo de malabaristas ideológicos, concentrados en destruir a Colombia.
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