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jueves, abril 25, 2024
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La legalidad de la minería

Por Claudia Posada

“Si es necesario revisar una y mil veces la minería, bienvenido sea; incluso la discusión de un país sin ella, para eso es la ciencia, para hacer escenarios. Pero que estén completos, no a la medida de nuestro miedo, nuestros prejuicios o nuestros egos”. Con este párrafo que finaliza la columna Minería y sostenibilidad publicada el 27 de octubre en El Espectador, escrita por la bióloga Brigitte Baptiste, empiezo la mía; dejando en claro que como dice el refrán: “No sé hacer empanadas pero sí sé quién las hace buenas”. Es una delicia leer a quien es considerada en Colombia, una de las voces más autorizadas en el tema ambiental. Leerla u oírla, digo también que es tranquilizante porque para el país es muy importante contar con quien en la materia de su dominio, sienta posiciones con argumentos muy suyos, claros y serenos porque no son para generar opinión  publica favorable en busca de votos; ella se pronuncia creando la controversia que necesitamos para reflexionar y no tragar entero.

Colombia tiene una invaluable riqueza de minerales, aunque mayormente  se explota  oro, calizas, níquel, carbón y esmeraldas. Infortunadamente esta enorme ventaja de nuestros suelos, trae más conflictos, que satisfacciones económicas y sociales. Para nosotros, ciudadanos del común, suena inexplicable que siendo el nuestro un país con tanta riqueza minera y un potencial tan valioso para llevar a cabo una producción con altos niveles de formalidad, dicha actividad sea mirada exclusivamente como “la perdición” de las comunidades; aunque en buena parte es cierto, es únicamente un lado de la moneda. Y es que solamente se quiere hacer razonar, exponiendo aquellas características que impiden el análisis de  posibilidades para mayor crecimiento económico y social; éste,  siempre y cuando se permita la búsqueda de explotaciones en el marco de las buenas prácticas y promoviendo el progreso sostenible de los territorios. Una buena gestión minera de las comunidades con vocación, amparada, formalizada, tecnificada,  con miras a promover en el trabajador minero conciencia de responsabilidad ambiental y bienestar colectivo, haría, además, relaciones armónicas con las trasnacionales que también deben poner de su parte.

Encontramos a nuestras inquietudes, respuestas en la columna mencionada, escrita por Brigitte Baptiste, quien se conoce por su interesante trayectoria en el mundo de los asuntos mineros y ambientales; en su formación tiene Maestría en Conservación y Desarrollo Tropical de la Universidad de Florida y por méritos Doctorado Honoris Causa en Gestión Ambiental: La experiencia de la extracción ilegal de minerales me convenció hace mucho de la importancia de la minería como actividad legal y por eso, como ecóloga, les temo menos a las transformaciones del paisaje, a menudo asociadas con la actividad, que a sus eventuales efectos ambientales; considero que debemos y podemos prevenir, mitigar, compensar o remediar al máximo de nuestras capacidades esos efectos, pero sin perder de vista que los humanos necesitamos minerales y somos constructores de territorio, lo que implica ser capaces de manejar su transformación dentro de parámetros más funcionales que sólo estéticos e ideológico”.

Ante tantas contradicciones que van y vienen cuando se habla de “pobreza” y de “riqueza”; cuando pareciera que los pobres tienen que seguir siéndolo, y la riqueza es generada -así como el mayor número de empleos- solamente por los empresarios (¿la riqueza de ellos?) en la columna que les recomiendo, nos encontramos este párrafo que nos ilustra: “Respeto y promuevo el uso de la ciencia cuando se lanzan advertencias de los efectos probados o potenciales (riesgos) de esas transformaciones, pero disputo por igual su uso interesado contra instituciones o empresas, y cuestiono las narrativas incompletas, las descalificaciones y la construcción deliberada de conflictos donde se podrían concebir proyectos de mutua conveniencia con un diálogo transparente, que obviamente no se está produciendo en las audiencias públicas. Ningún sentido tiene apelar a una consideración serena de un proyecto si ciertos activismos, importados o coloniales ellos también y a menudo disfrazados de solidaridad, solo participan para sembrar desasosiego y cosechar tempestades”.

Particularmente me impacta la falta de decisiones en algunas subregiones o localidades particularmente afortunadas en riquezas mineras; temo que quizás el ir dejando que pasara  el tiempo, hizo que se crearan espacios para meterse la mimería criminal, práctica que está cogiendo tanta ventaja como otro tipo de criminalidad. En este aparte se nos aclaran aspectos bien interesantes: “El mal uso del principio de incertidumbre, por ejemplo, amenaza sacrificar iniciativas (no solo mineras) relevantes para la sociedad, sólo porque unas pocas personas fingen participar en una conversación que aparentemente promueven, pero en donde ni hablan ni dejan hablar. Bienvenido por ello Escazú, es hora de hablar en serio de equidad y bienestar compartido, y no solo de miedo y ruptura social; bienvenidas las propuestas de mejorar la gobernanza de los recursos minerales en industrias extractivas que no deben ser extractivistas, la modernización tecnológica y la operación de las empresas con calidad, así como el respeto a las comunidades mineras, campesinas o urbanas, donde nunca hay que confundir vivir sabroso con la idealización de la precariedad”.

Mientras leía la columna en mención, repasaba aquellos conflictos ciudadanos causados por discrepancias casi irreconciliables,  con relación a si se admite o no tal o cual exploración y explotación minera en algunos territorios de la rica geografía colombiana. Miremos este aparte del alguno de los párrafos de la columna  Minería y sostenibilidad: “También reconozco que si no se hace mejor minería es por la complicidad funesta que se establece entre algunos inversionistas y los políticos (a menudo los mismos) y sus funcionarios amangualados, que como parásitos prefieren sacrificar la democracia, las instituciones y a su gente a cambio de cargos y prebendas. Sin embargo, no es algo generalizable y también se consigue arengando contra la minería, una presa fácil del populismo que ciertos “asesores” comunitarios ya saben manejar perfectamente con criterios más mafiosos que de interés público y quienes prefieren sacrificar las ganancias que podrían llegar de proyectos bien hechos para favorecer a los mismos jóvenes que hoy votan cándidamente por “sus representantes”.

Siendo sinceros, tendríamos que confesar que hay planteamientos que a fuerza de narrativas construidas para enredarnos (como en tantos temas que nos manipulan por vivos ellos,  por ignorantes nosotros) no nos es fácil aceptar plenamente otras posiciones. Despojados entonces de prejuicios, miremos este último aparte que les participo: “Concluyo, abusando de la generosidad de El Espectador, con mi propia declaración de intereses, entonces: trabajo, siempre desde la academia, nunca con ánimo de lucro, como consultora y consejera de empresas mineras, del gremio y de grupos de actores, incluso comunitarios, quienes ven en las actividades extractivas proyectos donde los impactos ambientales y sociales negativos son sustituibles por una visión compartida de la sostenibilidad de los territorios, con plenas garantías a los derechos humanos y de las demás especies, y con la convicción de que es factible extraer el oro, el cobre, el carbón siderúrgico, lo que se requiera del térmico mientras lo cancelamos del todo, las esmeraldas, la cal, la arena, la gravilla, la arcilla y la piedra que necesita este mundo en permanente reconstrucción, para no hablar de la manida transición”.

Habrá que adentrarnos un poco, para la próxima, en el asunto de la “manida transición”.

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