viernes, abril 19, 2024
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La fracasada guerra contra las drogas

Por Jaime Ruiz

El discurso de Petro en la ONU dio lugar a muchas críticas que circularon por las redes sociales, así me llegó un video en el que Enrique Peñalosa da su opinión al respecto. Las primeras frases de ese video ya disuaden de interesarse por el resto: dice que Petro tiene razón en señalar el completo fracaso de la guerra contra las drogas.

No es una rareza del exalcalde de Bogotá sino algo que uno puede oírle decir casi a todos los colombianos educados, incluidos muchos anticomunistas. Hasta el nieto de Laureano Gómez, que era candidato presidencial, se manifestó durante la campaña a favor de despenalizar el narcotráfico como, dice, quería su tío asesinado. Es una obviedad para la gente de clases acomodadas del país.

Pero ¿hay alguna guerra contra las drogas? ¿En qué consiste? ¿Cómo podría superarse esa «guerra»? Lo que hay en todos los países es la prohibición del narcotráfico y la idea subyacente en ese discurso repetido sin cesar por los medios de comunicación y el mundo académico locales es que esa prohibición debe cesar.

Es muy peligroso caer en la tentación de entrar en un debate en el que la opinión que cada uno tenga no cuenta: los promotores de esa despenalización, como los de la órbita de las Open Society Fundations de alias George Soros, no prevén que dentro de unos años sea posible comprar heroína en las farmacias, sino que con ese cuento intentan legitimar el negocio en los países productores, buscar apoyo de los usuarios en los países importadores para los grupos políticos afines y favorecer un trato laxo a los capitales que genera, en clara asociación con los gobiernos del imperio comunista iberoamericano.

Lo que un colombiano que quiera ver a su país respetado y en paz debe plantearse es si es concebible que unas organizaciones dedicadas a un negocio ilegal operen libremente, como ocurre con el actual gobierno. El que razone que cada cual debería ser libre de tomar lo que quiera y por tanto apruebe esa propaganda debería darse cuenta de que sin la cocaína las guerrillas y demás redes criminales se dedicarían a la prostitución infantil o al tráfico de órganos, aunque a lo mejor podrían simplemente, tras tomar el poder, confiscar todos los bienes y mantener a la población en la miseria extrema, como ocurrió en el antiguo Imperio ruso.

Lo que ocurre es que esa propaganda legitimadora lleva muchas décadas circulando y gracias al bajísimo nivel cultural del país encuentra quien la divulgue. Cuando yo oí por primera vez frases como “nosotros ponemos los muertos” me sentí como delante de alguien que justificara el incesto o la coprofagia. También los atracadores de bancos ponen los muertos. Y claro, los que dicen eso no ponen ningún muerto, sólo se benefician de una riqueza que les llega de diversas maneras aunque no la perciban. Y se identifican con los criminales porque no tienen noción de la ley.

Son los mismos que se reconcilian con los que no les han hecho nada en nombre de víctimas que no les importan, los mismos que aplauden la multiplicación de los narcocultivos y de la degradación física de los indios y demás pobladores de regiones miserables que ejercen de raspachines con el cuento de proteger la salud humana del glifosato. Es una forma de ser del país, el sindicato comunista Fecode se dedica a buscar el premio de los violadores de niños de su mismo partido porque forma parte de la lucha por el derecho a la educación.

Un verdadero líder de las clases altas colombianas, el columnista más valorado, leído e influyente, Antonio Caballero, se dedicó durante mucho tiempo a explicar que la prohibición de las drogas es una estratagema perversa de los bancos y los gobiernos estadounidenses para lucrarse secretamente de ese negocio. Digamos que era la explicación más elegante que los colombianos encontraban de la cuestión del narcotráfico.

El comercio de psicotrópicos está prohibido en todos los países y en algunos incluso se castiga con la pena de muerte. Quien razone que esa prohibición no debería existir o aun quien apruebe el consumo de esos productos, debería tener la honradez de admitir que por mucho tiempo eso no va a cambiar. Tampoco los colombianos educados que reproducen la ideíta que expresó Peñalosa y los cuentos de Caballero tolerarían que sus hijos pudieran comprar heroína fácilmente, sólo es una forma de complicidad con un negocio en el que el clan de Caballero y los Santos, los Samper y los López tienen evidentes intereses. Una mentira que les permite seguir viviendo frívolamente en un país que es como el barrio ruin de la aldea global.

El narcotráfico es un elemento muy importante del proyecto de dominación comunista, ya desde la época de Pablo Escobar era indudable la implicación del gobierno cubano (cuyo embajador consiguió reconciliar al capo con el M-19), pero en Venezuela eso se hizo patente: a pesar de que el país no había estado muy implicado en el negocio, Chávez, seguramente alentado por sus mentores iraníes y cubanos, lo favoreció porque una economía paralela le permitía corromper y controlar a los militares.

También en Colombia la paz de Santos, es decir, el sometimiento al régimen cubano, se basó en la multiplicación de la producción y exportación de cocaína y en el apoyo a las guerrillas comunistas para hacerse con el control del negocio. De esa exuberancia vienen los recursos con los que Petro llegó a la presidencia.

Defender la democracia y la libertad comporta inexorablemente combatir el narcotráfico, para lo cual lo primero es entender que se trata de la ley, como si se pudiera renunciar a combatir el homicidio o el robo. Esa idea del “fracaso de la guerra contra las drogas” es parte del libreto de las mafias, y poco importa si Enrique Peñalosa cumple un encargo diciendo eso o si simplemente es un tonto útil.

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