Por: Santiago José Castro
Incrementar el salario mínimo, aumentar los gastos de funcionamiento del estado, lograr el mayor presupuesto de inversión pública de la historia, ampliar en un millón el número de beneficiarios de una renta básica en 2022. Todo suena muy bien, se hacen buenos ejercicios de propaganda, se promueve un gobierno que hará historia. Pues bien, la inflación superó el 8%, el desempleo está en 14,6%, el presidente termina su gobierno con una desaprobación que supera el 70%, de acuerdo con la última encuesta Invamer, el hampa se tomó los centros urbanos más importantes y los carteles imponen su ley en buena parte del territorio nacional. Las cosas como son.
Ahora, además, el gobierno de los Estados Unidos envía emisarios a reunirse con el régimen de Nicolás Maduro, ese que se iba a caer en 2019 cuando el presidente Duque anunció que pronto se viviría la caída de un muro como el de Berlín. Maduro sigue en Miraflores y las encuestas de intención de voto sugieren que podría tener un nuevo aliado en la casa de Nariño.
Petro ya propone tren elevado y eléctrico entre el Caribe y Buenaventura, el fin de la exploración y explotación petrolera, emisión primaria, mejor dicho; Antonio Goyeneche parece un tipo sensato al lado de algunas de las propuestas que vocifera entre los aplausos de una población cansada del régimen, que parece estar optando por aquello de que “cualquier cosa sería mejor que lo que hay”. Olvidan que con todo y los graves problemas, con todo y ese régimen amorfo de complicidades, negocios y trampas que existe, que no se puede ocultar; Colombia es una democracia y hay canales para que la sociedad se exprese y logre un cambio en el sistema, sin arriesgar el futuro.
Todos estamos cansados de la corrupción. La mayoría queremos que el clientelismo disminuya o se acaba de una buena vez, que impere la ley y podamos vivir en libertad, sin un estado que todo lo quiera regular, cobrar e imponer. Nos ha faltado limitar la acción del gobierno y promover la empresa en serio. Ojalá algún día sigamos el ejemplo de la sociedad estadounidense donde hasta el que menos tiene aporta al sostenimiento del estado y, por lo tanto, exige que el gasto público sea limitado, pues es consciente que sale de su bolsillo.
El domingo iremos a una piñata que algunos querrán romper para repartir y otros buscaremos guardar y devolver.
Amanecerá y veremos.
