Por Yesenia Bedoya Gallego
Se aproxima el gran día para la patria, día en que con la mayor incertidumbre los colombianos habilitados para ejercer el sufragio, decidiremos quien guiará los destinos de la República durante los próximos cuatro años.
Debería ser un día de júbilo y fiesta, la democracia es una hazaña humana digna de celebrar; pero como toda creación humana no es perfecta, y se nos debe permitir sentir miedo y angustia en alguna de sus invitaciones. Esperemos que sean las elecciones presidenciales de 2022 en Colombia las últimas a las que acudimos con temor y angustia.
A propósito de temor y angustia, por estos días escuché en varios programas radiales que el señor de las bolsas, el gran generador, la fuente inagotable de temor, angustia y violencia en este país en las últimas décadas, ha insinuado, ha manifestado su voluntad de que, en una eventual llegada a la Casa de Nariño, llamará al ex presidente Álvaro Uribe Vélez para llegar con él a un «acuerdo sobre lo fundamental»|.
Esa frase que por estos días se está haciendo tan repetitiva como famosa, la hemos escuchado desde el siglo pasado, palabras que tuvieron un desarrollo temático, dogmático, axiológico en la dignidad de Álvaro Gómez Hurtado y que hoy en boca de Petro se vuelven vulgares, paganas y sin sentido.
Entre muchas otras cosas que en su momento expresó Álvaro Gómez Hurtado, ciertas por demás; está la afirmación de que los partidos políticos cumplían su real misión mientras fueran partidos de opinión, cuando sus militantes se adherían a unas ideas, a unos programas, y decía Álvaro Gómez Hurtado en los años 80: «ahora lo que hay es el compromiso y la complicidad». Expresaba en aquel entonces como veía que a los políticos no les interesaba convencer a la gente como era debido hacerlo en tiempos de los partidos de opinión; sino contratar a la gente, no se nombran las personas en los cargos porque sean competentes, idóneos e independientes, sino porque es cómplice; ¡se nombra al cómplice!… sentenciaba.
¡Cuan vigentes hoy en días las palabras de Álvaro Gómez Hurtado!
Durante estos meses de campaña hemos visto como el señor de las bolsas intentó comprar, entre otros varios, a los liberales y mientras estuvo con la ilusión de obtener el apoyo del ex presidente Gaviria todo fue paz, perdón y reconciliación; pero cuando los liberales no quisieron ser sus cómplices se convirtieron en uno más de la lista negra del petrismo, otro al que había que atacar, difamar, desprestigiar y dañar (aunque lo del desprestigio es una tarea que el mismo Gaviria ya ha hecho muy juicioso solito).
Hemos sido testigos de las más ruines e infames contrataciones del señor de las bolsas para su campaña, desde Piedad Córdoba, la traficante de almas, pasando por Barreras y Benedetti –par de hampones descarados–, hasta llegar a los deshonrosos influenciadores; esas personitas de perfil insignificante en la vida real, que encontraron en la «necropolítica» (término que aprendí de un ex petrista a quien aprecio) la forma de ganarse la vida haciendo lo que mejor saben hacer: ¡nada! Aunque pensándolo bien, de toda esa cadena alimenticia que es el petrismo, los influenciadores bien pueden asimilarse a los insectos que se alojan en el huésped, se comen la mugre, garrapatas, piojos y eso mismo es lo que transmiten cuando brincan a otro animal.
En las elecciones de hace cuatro años la consigna era «salvar a Colombia», consigna que hoy se repite, pero les tengo noticias: ¡no es nada nuevo!
En una entrevista en los años 80 que le realizaron a Álvaro Gómez Hurtado le preguntaron cuál era el perfil que debía tener el candidato presidencial para que sea capaz de rescatar a Colombia, la respuesta fue:
«Si nos pasamos al territorio de la grandeza, de lo limpio, de lo no comprometido, de la no complicidad, donde no se pueda comprar. Candidatos que se apunten a la grandeza y puedan ser candidatos al concejo de Chía sin gastar un peso».
«…uno de los primeros recuerdos muy chico, que tengo, es que yo me iba y yo debía ir acompañado por alguien porque yo era muy niñito, y me dijeron mire, ahí va el presidente de la República que era don Miguel Abadía Méndez, yo tenía cinco años; él iba solito por la calle… esa era la grandeza»
Miguel Abadía Méndez fue el último presidente de la hegemonía conservadora en el periodo 1926-1930. Su gobierno creó la Federación Nacional de Cafeteros, inauguró la radio con la primera transmisión en diciembre de 1929, vivió la masacre de las bananeras en 1928 (No fue Álvaro Uribe como ustedes quisieran que fuera, y Cepeda no tiene las pruebas de que Uribe ordenara la masacre de las bananeras como muchos anhelan en su psicótico fanatismo).
Hagan el ejercicio mental y contrasten una imagen del presidente Abadía Méndez caminando solo por las calles capitalinas versus Gusfajo Petro (alias Gustavo Petro) con 14 camionetas blindadas y 50 escoltas.
Hay que admitir que las cosas en política poco o nada han cambiado desde los años 80, época en que la infiltración del narcotráfico en las instituciones inició la implosión del país y desde entonces la percepción negativa persiste en la ciudadanía, a pesar de los avances y a pesar de la economía pujante. Hoy tenemos (todo gracias al mejor acuerdo de Andrómeda) no sólo el narcotráfico infiltrado sino sentados en el Senado, con curules «gratis», a unos guerrilleros asesinos, reclutadores de menores, violadores, extorsionistas, secuestradores impunes.
¡Ya es demasiado! ¡Ya es suficiente! Los colombianos no vamos a elegir un guerrillero impune e incendiario como nuestro presidente.
El acuerdo sobre lo fundamental debe empezar por respetar lo fundamental: al pueblo. El único acuerdo al que se puede llegar con el guerrillero es a que se retire y deje vivir tranquilos a los ciudadanos que trabajan y progresan cada día.
Gustavo Petro: ¡hagamos un acuerdo sobre lo fundamental y retírese! Porque además debe saber que #PetroNuncaSeráPresidente
