miércoles, abril 24, 2024
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Emergencia energética

Jorge H. Botero

No solo por Hidroituango se cierne sobre el país una crisis que puede marchitar la recuperación económica y agravar la crisis social

La gravedad de los problemas de Hidroituango ha impedido apreciar otros que, en conjunto, ensombrecen el futuro del país en los próximos años. Menciono solo dos. Desde tiempo atrás se sabe que el suministro de gas natural para la región occidental se encuentra en riesgo por la declinación de las reservas nacionales de crudo y por las dificultades para abastecer la demanda desde la costa atlántica. La estrategia del gobierno para afrontar este reto consistió en atenderla con gas importado por el puerto Buenaventura. Para que esta opción sea factible se requiere construir allí una planta regasificadora (el gas se importa en forma liquida en grandes tanqueros) y un gasoducto hasta Yumbo. La licitación ha sido declarada desierta: nadie en el ancho mundo tuvo interés a invertir en ese proyecto.  

Con el objetivo de diversificar las fuentes de electricidad, se impulsó la generación de energía eólica en la Guajira. Sin embargo, para poder usarla se requiere una línea que la transporte desde las plantas de generación hasta los puntos de contacto con el sistema de interconexión nacional. Infortunadamente esa infraestructura no se ha podido construir por falta de consultas previas. Según el anterior Procurador, esas gestiones no podían realizarse, ni siquiera por medios virtuales, mientras estuviere vigente el confinamiento obligatorio. El resultado fatal consiste en que esa energía se quedará atrapada para mal de Colombia, y causando pérdidas enormes a los inversionistas, no se sabe hasta cuándo.  

Nadie pone en duda la necesidad de que Ituango entre pronto en operación para sustentar el incremento de la demanda derivada de la incipiente reactivación económica. Esa posibilidad depende de la Contraloría General que, en fallo de primera instancia, ha condenado a las empresas y a funcionarios públicos involucrados a pagar una indemnización gigantesca porque, en su sentir, actuaron con negligencia grave. Si este fallo fuere confirmado, los actuales constructores quedarían separados automáticamente de esa obra, y de cualquiera otra que adelanten para entidades públicas en el territorio nacional.

Las glosas más protuberantes a la posición de la Contraloría son: (i) asumir que los presupuestos iniciales deben cumplirse a rajatabla, lo cual nunca sucede en obras de gran envergadura; en la medida que avanza en la construcción se adquieren en el terreno conocimientos nuevos que obligan a cambios en los diseños y, con frecuencia, en los presupuestos; (ii) suponer que un conjunto de empresas y personas, todas las cuales han tenido una trayectoria exitosa en proyectos parecidos, se convirtieron de manera simultánea  y no concertada en una conjunto de irresponsables que perdieron la capacidad de advertir los errores propios y los de otros participantes en el proyecto; (iii) adoptar una tortuosa teoría de la causación del hipotético daño que equivaldría a hacer también responsable del crimen al fabricante del arma; (iv) condenarlos a todos por el supuesto daño causado al erario público sin discriminar la responsabilidad de cada uno; (v) ignorar los dictámenes periciales de los que se concluye que no hubo culpa grave en la ocurrencia del daño; (vi) pasar por alto que el asegurador de EPM por los riesgos constructivos está pagando el siniestro derivado del colapso del túnel sobre la base de que no encontró prueba alguna de actos intencionales o culpa grave; de lo contrario, habría rehusado la cobertura pues esos riesgos están excluidos. Nadie paga sumas enormes si no tiene la seguridad de que está obligado a hacerlo.

Supongamos que el fallo definitivo mantiene la decisión inicial. En tal caso, el proyecto quedaría sometido a una incertidumbre total; sería imposible terminarlo según los cronogramas vigentes; inclusive su viabilidad se vería en riesgo. No basta que el Alcalde de Medellín crea contar con contratistas de recambio. Se requiere igualmente que haya financiamiento y, además, apetito por asegurarlo. Esto último puede no suceder como consecuencia de la erosión de la confianza en el Estado Colombiano por la industria reaseguradora mundial.

Asimismo por la existencia de un riesgo que crece todos los días: desde que ocurrió el accidente, para la evacuación del agua de la presa se están utilizando estructuras que no están diseñadas para ese propósito: el vertedero y el cuenco que recibe el impacto de la caída libre del agua desde una altura elevadísima: lo normal es que, al pasar por los generadores, se disipe la descomunal energía cinética necesaria para generar electricidad. No me atrevo a esbozar las consecuencias que tendría su eventual falla.

Ahora bien: si la Contraloría decidiere, con buen juicio, abstenerse de crear una crisis que, en la actualidad, no existe, esa tarea la puede cumplir el alcalde de Medellin, quien a los cuatro vientos anuncia que sacará de la obra al consorcio constructor al que acusa de fraude. Como su poder es omnímodo, sin duda puede cumplir su amenaza, salvo que el gobierno nacional decida intervenir a EPM.  Debería hacerlo.

Ante este oscuro panorama, es importante tener en cuenta las consecuencias que la Carta Política establece: “El Estado responderá patrimonialmente por los daños antijurídicos que le sean imputables, causados por la acción o la omisión de las autoridades públicas”. Pensemos no solo en los perjuicios indemnizables derivados de la reversión del eventual fallo de la Contraloría por la Justicia; habría igualmente que contar con los daños colosales derivados de los retrasos y extra-costos que implicaría el cambio de contratistas, o, peor aún: de que la obra se aplace indefinidamente.

Esa misma norma añade: “En el evento de ser condenado el Estado a la reparación patrimonial de uno de tales daños, que haya sido consecuencia de la conducta dolosa o gravemente culposa de un agente suyo, aquél deberá repetir contra éste”. Como dice la Biblia: “Con la vara que midas serás medido”. Tomen nota los interesados.

Briznas poéticas. Borges, escribe sobre su legado. “Pido a mis dioses o a la suma del tiempo / Que mis días merezcan el olvido, / Que mi nombre sea Nadie como el de Ulises, / Pero que alguno verso perdure / En la noche propicia a la memoria / O en las mañanas de los hombres”.

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