miércoles, marzo 27, 2024
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El rimbombante nuevo gobierno y la continua falsa paz

Por Yesenia Bedoya Gallego

Apreciado lector, desde hoy y hasta que cesen las propuestas disparatadas con las que aterriza en paracaídas el nuevo gobierno en nuestro país, semanalmente trataremos de desvelar de la manera más técnica y fluida posible, por qué no son viables dichas propuestas y, por consiguiente, Petro y sus ministros la van a… Ustedes me entienden.

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Empecemos hoy con un sapo del tamaño de una catedral que no nos tuvimos que tragar, nos tragamos por pasivos, por permisivos e inactivos: la firma del acuerdo de La Habana, de Cartagena, del Teatro Colón… ¡Uff, tantas firmas! Desde el desayuno se sabía cómo iba a ser el almuerzo: un acuerdo de paz firmado tres veces y la última de ellas haciendo caso omiso a la voluntad popular.   

Ahora, en el año 2022 ¿qué es lo que tenemos? Una paz de papel, un nobel de mentiritas y una implementación a menos de media marcha.

Siempre sostuve que el plebiscito debía votarse NO porque, como muchos colombianos, si quiero la paz, pero no esa paz; sabíamos de antemano que las grandes protagonistas serían la impunidad y la mentira, y no nos equivocamos.

El mundo contemporáneo ha visto y ha sido testigo de varios procesos de paz que han significado cambios sustanciales en las sociedades que los viven; uno de los más conocidos y recordados por el común de los ciudadanos es el proceso de Sudáfrica y su rockstar Nelson Mandela, al que algunos en su supina ignorancia confunden con un santo. Pero, lejos está de parecerse el caso colombiano al sudafricano, en primer lugar porque ellos hasta 1961 fueron colonia británica, solo hasta 1990 legalizaron partidos políticos de oposición y apenas en 1993 reconocieron el derecho al voto a los negros que son nada más y nada menos que el 75 % de la población; mientras que Colombia, desde 1853, abolió la esclavitud y reconoció el derecho al voto a los hombres negros, en 1954 se le reconoció a las mujeres y en ese paquete estaban incluidas de todos los colores y colorines. El problema colombiano tiene otros tintes y aristas más allá de una casi eterna colonización y el racismo.

Nicaragua y El Salvador también han pasado por las vicisitudes de los procesos de paz, y para no alargar mucho el tema lo resumiré así: como común denominador han estado la creación de una comisión de la verdad igual de fallidas en todos los casos, se ha reformado y disminuido la Policía y el Ejército respectivamente, se ha incorporado a los excombatientes a la vida política y se han contemplado reformas agrarias y de tierras.

Así que mis queridos compatriotas, no es nada nuevo, no descubrimos el agua tibia, no somos los únicos que padecemos un acuerdo de paz cargado de impunidad, pero sí creo que es el más cargado de impunidad y descaro; no nos inventamos nada, todos esos aspectos han sido cruciales en la consolidación de los acuerdos de paz del mundo, también lo tuvieron en Irlanda del Norte y en el Congo.

Sin embargo, hay un detalle muy particular en el caso colombiano que nos diferencia marcadamente de otros países y sus procesos de paz: el hecho de que en Colombia no existe solo una guerrilla y tampoco fue solo la guerrilla un actor protagonista en el conflicto.

Nuestro país ha visto la desmovilización de varios grupos al margen de la ley: Partido Revolucionario de los Trabajadores – PRT; el Ejército Popular de Liberación – EPL; el movimiento Quintín Lame; la Corriente de Renovación Socialista – CRS; y uno de los más representativos y significativos por su popularidad y el daño ocasionado a la población civil: el M-19

Los desmovilizados del M-19 y la FARC, ambos grupos de pensamiento comunista y corrientes de izquierda, han encontrado en sus respectivos procesos de paz el apalancamiento a sus proyectos políticos, la reinserción total con la habilitación de sus derechos civiles y políticos a integridad; tan es así que un guerrillero del M-19 acaba de ser elegido presidente; aunque yo prefiero decir nombrado, pues sigo teniendo serias dudas de que fuera realmente una elección en democracia.   

Y hasta ahora, en este relato y a pesar del incumplimiento del gobierno en la implementación de varios puntos del acuerdo, diríamos que estamos completos; ¡pero resulta que no!

De manera sistemática, ladina y pendenciera; todos los gobiernos posteriores a la desmovilización, que se hizo en el marco de un acuerdo de paz, con las extintas autodefensas, se han hecho los de la vista gorda.

Fueron más de 31 000 hombres y mujeres que pertenecieron a distintos grupos de autodefensa y que operaron en todo el territorio nacional los que se desmovilizaron, entregaron armas, se sometieron en los términos de una justicia transicional y un acuerdo de paz, entregaron verdad, repararon a sus víctimas y cumplieron con el compromiso de no repetición en la mayoría de los casos; y a pesar de todo, el estado colombiano los proscribió, los desterró dentro de su propia patria. Sé que suena incoherente, pero en la práctica es así. Todos estos excombatientes, hombres y mujeres, tienen prohibiciones expresas de circular por determinados territorios, no conozco al primer desmovilizado de las FARC o del M-19 al que le hubieran impuesto igual medida.

Firmaron un acuerdo de paz que hoy, después de más de 18 años, sigue inconcluso, tiene a miles de hombres y mujeres en una absurda y ridícula comparecencia a audiencias diarias con ocasión de los procesos de justicia y paz, desconociendo descarada e insolentemente su condición de reinsertados, limitando su derecho al trabajo y poniendo palos en la rueda cada vez más gruesos para que la reinserción a la vida civil sea una realidad.

No exigieron cargos públicos, no se presentan ante los colombianos como incólumes faros de la moral, no irrespetan a las víctimas negándose a reconocer sus actos, pero el gobierno nacional olvida la responsabilidad que tiene con ellos y con sus familias.

Nada bueno vaticino del gobierno de Petro en materia económica y social.

Ojalá me equivoque, pero auguro un desastre mayor en materia judicial y de respeto de derechos humanos a los excombatientes de las extintas autodefensas que al día de hoy siguen recluidos en las cárceles del país y a los que están afuera, pero acudiendo a las eternas audiencias ante los jueces y tribunales de justicia y paz.

La delgada línea que hoy se sostiene de la mera voluntad y el aguante de los excombatientes bien puede ser forzada a cruzarse, y Colombia podría verse inmersa en el renacimiento y recrudecimiento del conflicto si el gobierno y la misma sociedad no prestan atención a esta población de desmovilizados.

Y ahí está… ¡la falsa paz!

Pd: ¿A cuántos países más estafarán pidiendo recursos para la tal paz?  

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