viernes, marzo 29, 2024
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El pasado criminal de Rodrigo Granda resurge y aterra de nuevo

Por Eduardo Mackenzie

Los párrafos que siguen sobre las múltiples andanzas internacionales no tan “diplomáticas” de Rodrigo Granda Escobar, capturado ayer en el aeropuerto de México por orden de Interpol, son tomadas de las páginas 552 y 553 de mi libro Las FARC, fracaso de un terrorismo (Random House- Mondadori, Bogotá, 2007). La actualidad de estas informaciones es más que evidente.

El 14 de diciembre siguiente, nuevo golpe duro para las Farc: en pleno territorio venezolano, la Policía colombiana le echa mano a otro cuadro de las Farc, Rodrigo Granda Escobar, alias Arturo Campos, alias Ricardo González. El hombre estaba encargado de los contactos internacionales en América Latina. Según el general Daniel Castro, director de la Policía colombiana, la detención de ese individuo es tan importante, si no más, que la de Simón Trinidad. “Desde hacía un año Rodrigo Granda viajaba frecuentemente entre Caracas y Cúcuta y estábamos siguiéndolo en los dos países” dijo a El Tiempo (16 de diciembre de 2004) una fuente de la Policía colombiana.

Granda parece haber participado en acciones no muy “diplomáticas”: las autoridades de Bogotá lo acusan de estar mezclado con asuntos de tráfico de drogas con carteles mexicanos y un tráfico de armas y explosivos con peruanos. Es más, Granda sería el coordinador del secuestro, en Paraguay, el 21 de septiembre de 2004, de Cecilia Cubas, 32 años, hija del ex presidente de la República, Raúl Cubas. Osmar Martínez, el autor del rapto, es uno de los líderes de Patria Libre, partido paraguayo de extrema izquierda. Según Óscar Latorre, director del ministerio público de Asunción, el secuestrador estaba en contacto con Rodrigo Granda. Latorre explica también que su oficina confirmó que “las Farc asesoran a Patria Libre y entrenan cuadros en Colombia”.

El cadáver de Cecilia Cubas será encontrado en un túnel en los alrededores de Asunción, en febrero de 2005.

Antes de la detención de Rodrigo Granda y por distintas razones, una media docena de miembros de la “comisión internacional” de las Farc había tenido que regresar a Colombia para integrarse a las estructuras clandestinas de esa organización. Entre ellos se encuentra Jairo Lesmes Bulla, alias Javier, quien había dejado Argentina pues el presidente Carlos Menem había dicho no a su actividad.
El ex sacerdote Francisco Cadena, alias Camilo, tiene que huir de Brasil después de haber sido detenido algunas semanas. Ovidio Salinas, alias Juan Antonio Rojas, ex miembro del PCC y de la UP, debe dejar Panamá a principios de 2005. Israel Granda, el tío de Rodrigo Granda, había residido legalmente en Ecuador hasta 1985. Luis Alberto Albán Burbano, alias Marcos Calarcá, debe cerrar la oficina de las Farc en México. En compañía de Liliana López Palacios, alias Olga Lucía Marín, la compañera de Raúl Reyes, Calarcá viaja a Venezuela en abril de 2002, escribió Bibiana Mercado Rivera (El Tiempo, 17 de enero de 2005).

A finales de marzo de 1998, Calarcá es expulsado de Bolivia. Ante la ausencia de una solicitud de extradición de Bogotá, él se refugia en México. Furioso porque los colombianos habían logrado detener a Rodrigo Granda, a pesar de la protección de que disfrutaba de su régimen, el presidente Hugo Chávez se declara “escandalizado” y aumenta la tensión entre los dos países. Declara que hubo violación de la soberanía nacional de su país y ordena el cierre de la frontera con Colombia. Chávez pide al presidente Uribe presentar sus “excusas”, pero éste hace saber que está lejos de hacerlo. Responsables políticos dirán que Granda había sido capturado por militares y policías venezolanos, los cuales lo habían entregado a militares colombianos en Cúcuta.

Desde hacía tiempo, Bogotá había prometido sustanciales recompensas por la detención de los jefes de las Farc. Tras un encuentro en Caracas, el 15 de febrero de 2005, los presidentes Uribe y Chávez declaran “cerrado” el incidente Granda.
¿Esos fracasos harán cambiar la línea militarista de la dirección central de las Farc? ¿Los recientes progresos del Estado colombiano en la lucha antiterrorista pueden poner fin, a largo plazo, al horror inútil y bestial de las Farc? Ciertamente, no. Aunque obligadas a llevar una guerra defensiva, donde la acción terrorista puede revelarse como un medio devastador aunque contraproducente desde el punto de vista político, las Farc han podido resguardar, en el espacio rural, la mayor parte de sus fuerzas. Y en las ciudades, sus células clandestinas siguen sin freno su guerra política, para la cual Colombia está mal preparada.

Casi desconocido en Colombia, el concepto de guerra subversiva moviliza poco a los responsables políticos y a las élites intelectuales. Las mayorías que sostienen al Gobierno (entre 70 y 80%, según los sondeos) no tienen suficientemente acceso ni a los media ni a los centros de fabricación de opinión, mientras que los compañeros de ruta de las Farc siguen teniendo allí sus entradas. Por otra parte, algunos analistas creen detectar en la excesiva rigidez política de las Farc los síntomas de un movimiento caudillista en crisis, anquilosado por varias décadas bajo la dirección de Pedro Antonio Marín, hoy de 76 años.

*Eduardo Mackenzie es autor también de “Colombia, el terror nunca fue romántico (Cangrejo Editores, Bogotá, 2021).

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