domingo, abril 21, 2024
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(EDITORIAL) Todos miren para otro lado, como forma de gobernar

Mientras los más avezados “gobernarólogos” hablan de la pérdida de capacidad del Gobierno con el rompimiento del pacto que realizó con los diferentes partidos políticos para subirse al poder, lo cierto es que su afán reformista (o de regreso al pasado), va a todo vapor en el Congreso.

A ello se suma su estrategia de sacar del foco de la discusión las reformas para poner al país a hablar de temas baladíes, mientras sus cambios de fondo pasan trámite a trámite en bloque, sin mayor discusión, sin mayor obstáculo y sin mayor reparo por parte de los centros de discusión nacional.

Lo que menos quiere el gobierno en ese sentido es consenso, diálogo o apertura. Quiere, a como dé lugar, la aprobación de sus paquetes de reformas en el tema de la salud, pensional, laboral, entre otros, sin que nadie diga nada, sin que se abra la discusión. Y para ello, uno de los métodos, que bien tiene instaurada la izquierda latinoamericana, es desviar la atención con cortinas de humo que para algunos son salidas en falso, pero que para otros son milimétricas y cuidadas estrategias de distracción para poner a hablar al país de temas que no van a ningún lugar.

Nos volvimos expertos en gritar y vociferar por un tuit, por una palabra mal dicha, por un desliz de un ministro, pero somos malísimos para ponernos a pensar en el futuro, en lo que queremos como país, en el tipo de libertades que queremos o no, en la forma como aspiramos que eduquen a nuestros hijos, en la manera como se jubilarán las próximas generaciones o como nos contratarán las empresas en los próximos años. De eso no se habla, pero de los zapatos del presidente, del safari  de la vicepresidenta, del desparpajo en una visita de estado en España, somos campeones.

Mucho nos falta para pensarnos como país, para tener iniciativas comunes y no bandazos partidistas o ideológicos. ¿Qué importancia tiene cambiarle de nombre a un ministerio? Lo importante es que funcione. Que trace buenas políticas, que sea un facilitador y no un fortín burocrático.

¿Qué importancia tiene cambiarle el nombre a un patio del palacio de gobierno para vanagloriarse con un líder guerrillero del pasado? Nos quedamos “micro-legislando” sin sentido, haciendo leyes tontas sin ningún alcance, que no interpela la vida de los colombianos ni favorece sus grandes decisiones. Somos el país del remolino en el vaso de agua y de las cortinas de humo en medio del caos.

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