Cada pronunciamiento de Daniel Quintero Calle es un clavo que le pone al ataúd en el que está enterrando su carrera política. No se trata de lo que digan los demás, ni de los reclamos de la oposición: son sus propias palabras las que lo condenan y lo dejan sumergido en un mar de confusión e incertidumbre.
Un día sale, con esa sonrisa forzada que ahora lo caracteriza, a hablar de los tacones usados por las mujeres. Al otro día, presuroso, tiene que entrar a rectificar, corregir o deshacer el paso en falso que dio. Es tal la ignorancia comunicacional del alcalde, que se ve en la necesidad de utilizar el consejo de gobierno de los lunes, para aclarar sus imposturas.
Las reiterativas enmiendas de Quintero Calle recuerdan a los publicistas «surrealistas» que lanzaban una campaña en televisión y después tenían que contratar un espacio, los fines de semana, para explicar el mensaje que estaban tratando de comunicar. De hecho, hasta hoy, no hay nada más difícil de entender que los comerciales de perfumes o lociones, con imágenes, gestos y contenido que poco tienen que ver con el producto que ofrecen. Al parecer, todo lo que dice el alcalde es un largo comercial de perfumería.
La misma suerte corren las innumerables salidas en falso del alcalde de Medellín, quien ya está siendo reconocido en el país como el hazmerreir de los contestatarios y de los mordaces colombianos.
Uno de los tantos problemas que aquejan a Daniel Quintero es su incapacidad para comunicar. Al parecer, el dinero gastado en Amauri Chamorro tampoco surtió efecto, pues el alcalde adolece de los elementos mínimos para transmitir un mensaje. Es que pueden ser ideas que valdría la pena discutir, pero el afán de salir con algo, con cualquier cosa, hace que lo interesante pase a un segundo plano, por las palabras o las formas con las que trata de comunicarse.
Un chispazo sobre los carros eléctricos, cosa que realmente debería debatirse en la ciudad, terminó convertido en un mar de burlas, por cuenta de la «decisión que tomó la ciudad» para no permitir la matrícula de vehículos a gasolina, a partir del año 2035. Ciertamente, el tema resulta palpitante, pero hablar de prohibiciones y de una decisión tomada por él, como si fuera de toda la ciudad, es una enorme salida en falso.
De hecho, si Daniel Quintero hubiese planteado la necesidad de debatir el asunto, convocando a la ciudadanía y a los sectores involucrados, y así anticiparse y liderar la transformación de Medellín en cuanto al uso de energías «limpias», hubiese quedado como un personaje que promueve discusiones públicas de enorme interés para la ciudad, para el país y para el planeta.
Además, pasar por alto los intensos debates que se están dando en el mundo sobre la conveniencia de los carros eléctricos, especialmente por el manejo del litio después de su vida útil, hizo que el alcalde quedara como un perfecto ignorante. ¿Por qué no habló del hidrógeno verde? Si el afán era congraciarse con Petro, esa ruta le hubiera generado más réditos. No obstante, tenía que empaparse del tema y eso, por lo visto, es difícil de lograr en Quintero Calle.
Sin embargo, las arandelas a las ideas, las mentiras, la carencia absoluta de credibilidad y su decreciente imagen; se amalgaman hasta lograr la descalificación de los pronunciamientos y de las ocurrencias de Quintero Calle.
Que un político tenga que recular una vez, se entiende. Pero que todo lo que dice tenga que enmendarlo y salir al día siguiente a recular, demuestra la incompetencia de esa persona en el fino arte de comunicar sus ideas y proyectos. Quintero Calle, en lo que dice, demuestra que da un paso pa’lante y dos pasos pa’atrás. ¡Qué tragedia!
