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jueves, abril 25, 2024
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(EDITORIAL) ¿Partidos de juguete en Colombia? Recientes acontecimientos los muestran débiles y burlados por el Gobierno

Los partidos políticos en cualquier país del mundo, deberían ser el centro de todo ejercicio democrático, deberían además, ser la columna vertebral de la política para lograr el éxito normativo de las sociedades en las que están inmersos.

Los partidos son tan importantes como recordar que representan las diferentes visiones, modelos y sentires de los ciudadanos sobre cada país, su sociedad y su funcionamiento. Son los partidos políticos la unidad que agrupa los diferentes sentires ciudadanos, en donde se agrupan quienes con su visión, construyen una idea de país y por lo mismo se les reconoce como epicentros de las ideologías.

En los partidos se plantean los principios y valores del colectivo, los ideales, las banderas que enarbolan y definen posiciones. Es el espacio natural de los primeros debates con lo que se discutirá en los escenarios democráticos como congresos, asambleas, concejos y juntas locales; las propuestas que regirán el destino de millones de personas.

Por lo mismo, los partidos deben ser dignos, disciplinados, ordenados y fuertes. Pero en Colombia, lo que estamos viendo, son débiles, burlados por sus propios integrantes y burlados por el gobirno.

Los integrantes de estos partidos que fungen como voceros, líderes y ostentan cargos de elección popular como senadores, representantes, diputados, concejales o ediles, parecieran ruedas sueltas que hacen lo que quieren, como si ellos fueran su propio partido, actuando con interés personal no representativo, evadiendo la disciplina, las posiciones y acuerdos internos; lo que los convierte en violadores de los principios de los partidos, de la ética y por ende, como adalides pero de la corrupción.

Los recientes hechos que vivió el país con las posiciones de los partidos Conservador y de La U, con respecto a la Reforma a la Salud, demostró la debilidad que tienen los partidos y la falta de capacidad para controlar a los miembros de sus partidos, quienes por unos cuantos billetes, venden su firma, su voto y lo hacen parecer como la defensa de sus criterios personales, alcanzando a decir que estos están por encima de sus partidos.

En realidad son sus intereses personales los que priman por encima de los partidos con el agravante de que los partidos terminan siendo burlados sin que tengan los dientes normativos y sancionatorios suficientes para controlar a los miembros que se salen de los principios y dejan mal plantados a los partidos y su ética.

Le pasó también al Partido Liberal en Arauca, cuando la propia ministra de Salud, Carolina Corcho, dejó esperando a los integrantes del sistema de salud de la ciudad capital para irse a una reunión clandestina con líderes políticos de la misma colectividad para pactar votos en la reforma a cambio de apoyos locales, pese a las directrices entregadas por el expresidente César Gaviria, quien se había levantado de la mesa de la discusión de la Reforma.

Nuevamente burlado no solo Gaviria como jefe del partido, sino toda la colectividad y nuevamente, sin dientes para meter en cintura a los disidentes.

Y es que hay una corriente de políticos que se hacen a los avales y dicen pertenecer a los partidos, pero que no les interesa trabajar por los proyectos, propuestas e ideales de partido. Son mercaderes con agenda propia que, una vez en los partidos, difícilmente son sacados de los mismos.

En el Partido Conservador, se vio como fue necesario propinar un «golpe de estado» para tratar de volver al cauce del ideal con conservador, pero continúa en las medias tintas y siendo burlado por algunos de sus integrantes como por el propio Gobierno que detectó a quiénes puede corromper para cambiar las decisiones colectivas del partido.

Solo basta una persona corrupta para sacrificar a todo el partido, sin que nada puedan hacer.

Y es que si bien internamente, pueden intentar sancionar al copartidario con suspensión, con amenaza de expulsión o con cualquiera otra medida interna; esta será ínfima a la capacidad de lucro independiente que alcanza el corrupto que sabe que no pasará a mayores al interior del partido y a cambio queda con el dinero suficiente, o con el favor del gobierno, o con los puestos prometidos.

La política en sí misma no es mala. Se convierte en mala cuando a su ejercicio llegan malas personas que ven en estos espacios de partidos y poder, no la posibilidad de ayudar a la construcción de un país, sino que lo asumen como un escenario transaccional.

Los partidos políticos de hoy en Colombia, no depuran, no sancionan, no son fuertes, son débiles y entre otras cosas, porque no tienen personas que los hagan respetar. Terminan siendo el hazmerreir del país con dirigentes igual de débiles, faltos de voluntad para tomar decisiones, escudados en «la colectividad».

Lo ocurrido con los congresistas de La U y el Partido Conservador en la oscura trama para la ponencia de la Reforma a la Salud, es una claro abuso de confianza a los partidos que deberían llevar estos comportamientos no solo a sus comités de ética, que no hacen nada, sino a las instancias judiciales pertinentes por violar las decisiones de los partidos.

Pero nada de esto lo vamos a ver, pues los partidos colombianos no pasan de ser los payasos para el circo en el que se han convertido las corporaciones públicas.

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