Por Diego Arango O.
Un país como el nuestro, Colombia, convulsionado por la violencia, en que los antivalores han tomado un protagonismo inusitado, convirtiéndose en modelo referente a su población, en donde la muerte, el robo, el vicio, la corrupción, la mentira y la calumnia no asombran ya a nadie.
En un país en que su sociedad está siendo conducida en parte por personas indiferentes a los valores, todo lo contrario, donde se observa que el imperio de los antivalores sea el referente nacional. En que el ser honesto o deshonesto es igual a los ojos de muchos; en donde el avivato, el tramposo, el corrupto o el criminal pasa a ser modelo de mucha gente y su ejemplo es seguido por otros tantos.
Un país que pretende revindicar al delincuente premiándolo, financiándolo y dándole estatus sin haber pagado sus culpas y penas, ni haberse sometido a una resocialización seria y efectiva. Todo esto cuando al pobre se le desprecia y se le niegan oportunidades, cuando se le utiliza con dadivas miserables para obtener votos y provecho político y cuando los géneros naturales de la persona creados por Dios, no guardan su proporción, pues es lo mismo ser hombre que mujer o combinarse entre ambos; en donde la familia ha perdido su esencia como célula fundamental de la comunidad, es preciso volver la mirada a Dios para reconstruirnos en él como sociedad.
Por estas razones y por nuestro compromiso como católico y colombiano creo que es imponderable un acercamiento a Dios para pedirle que nos ayude a retomar el camino correcto por medio de la oración, la alabanza y la plegaria, pero también con las acciones como el respeto hacia la familia a los demás, a las instituciones del Estado, a la iglesia cualquiera que sea su creencia y esto con el fin de que Colombia pueda recuperar la paz; pero una paz auténtica, seria y comprometida para que la gente pueda obtener mejores condiciones de vida, con trabajo, seguridad, progreso y así hacer que las familias se mantengan y crezcan; para que se acabe el crimen, el secuestro, la corrupción y tanto mal que acecha a los colombianos.
Colombia debe ser una sola plegaria, debe ser esto un acto continuo de los colombianos para que, con hechos de fe, hagamos que Dios actúe en los corazones de su gente, de los gobernantes, de las autoridades, de todas las religiones, de los empresarios, pero principalmente del ciudadano y así lograr un cambio en la conciencia individual y colectiva para transformar la sociedad con el fin que podamos encontrar a través de la nuestras creencias religiosas y la acción, la paz, el progreso y bienestar de nuestro pueblo.
