Un gigantesco cráter paralizó la movilidad en la vía Girardot-Bogotá, a la altura del kilómetro 93, en el sector San Raimundo, el pasado jueves 21 de noviembre.
El colapso de la calzada, registrado hacia las 12:30 p.m., dejó al descubierto no solo las fallas estructurales, sino también la precaria planeación en una de las carreteras más transitadas del país.
Mientras avanzan las obras de ampliación a un tercer carril y manejo de aguas en el sector, las lluvias se convirtieron en el detonante de esta emergencia que, una vez más, pone en jaque la infraestructura vial del país.
¿Fallas naturales o negligencia?
El ingeniero Daniel Fernández, responsable de la concesión en el área afectada, atribuyó el incidente a las intensas lluvias de las últimas semanas que habrían saturado el terreno.
Aunque las precipitaciones son un factor innegable, no es menos cierto que la fragilidad estructural de esta calzada plantea serios interrogantes sobre la calidad de las obras en curso y la capacidad de prevención frente a fenómenos climáticos cada vez más frecuentes.
Medidas a contrarreloj
Para mitigar el impacto, las autoridades de tránsito habilitaron un carril en doble sentido en la calzada opuesta, permitiendo parcialmente el flujo vehicular. Según el ingeniero Fernández, desde las 3:00 a.m. de este viernes la movilidad quedó restablecida con esta medida provisional, aunque los trancones continúan siendo la constante para los conductores.
Miles de conductores que dependen de esta ruta para conectar con Bogotá han manifestado su descontento por los retrasos y la incertidumbre que genera esta situación. Aunque las autoridades insisten en que no habrá mayores afectaciones al tráfico, la realidad es que los tiempos de desplazamiento han aumentado significativamente.
Por ahora, la concesión y las autoridades de tránsito aseguran que la situación está bajo control. Sin embargo, los conductores saben que cualquier promesa de normalidad será puesta a prueba con las próximas lluvias.