Por Santiago José Castro
Celebraron el incremento del salario mínimo más importante en la historia de Colombia. Alegaron que por fin se lograba un salario de un millón de pesos. Expresaron que le estaban cumpliendo a los trabajadores. Acusaron a quienes levantamos la mano advirtiendo sobre el efecto inflacionario que eso tendría de no tener consciencia social.
Hoy el desempleo está en 12,6%, la inflación por encima del 8%, pero del 23% en alimentos y cercana al 9% en bienes y servicios para el hogar. Los que se ganan el salario mínimo perdieron poder adquisitivo y las empresas enfrentan nuevas dificultades para generar empleo. Las cosas como son.
Sumemos a lo anterior el aumento de las transferencias y programas para atender a la población más vulnerable, que genera en muchos el temor a emplearse. Abiertamente piden que se les pague el día o incluso que se le reconozca un salario menor al mínimo, pero sin formalizar la relación laboral, para evitar puntear mejor en las bases de datos y perder el conjunto de ayudas que ofrece el estado. Mientras tanto, las personas naturales que generamos empleo formal, no podemos descontar los aportes a la seguridad social del impuesto de renta. La lógica es nefasta: si podemos contratar debe ser porque nos sobra la plata y por lo tanto el estado merece su tajada completa.
Ayer, el Banco de la República volvió a subir sus tasas en 100 puntos básicos, quedando en 5%, derrotando la propuesta de dos integrantes de su junta directiva que sugirieron subir las tasas en 150 puntos básicos. Negar que la inflación se desbordó y que es un problema muy grave es propio de ignorantes o negacionistas.
En los últimos días he conversado con varios colaboradores que reciben el salario mínimo y todos me confirman que ganan más, pero alcanza para menos. El año pasado me criticaron y me dijeron que yo desde el privilegio no quería que les pagaran mejor. Hoy me dan la razón. La economía tiene unas reglas, no hay que ser un genio para entenderlas, pero si hay que ser muy malo para irrespetarlas.
Es momento de romper de una buena vez con el capitalismo clientelista, reducir el gasto público y la burocracia estatal, permitir que las personas naturales que contraten empleados puedan descontar el aporte a la seguridad social correspondiente en su declaración de renta, levantar las medidas proteccionistas y suprimir tanta regulación obsoleta que solo genera trabas y clientelismo del peor para ocupar los cargos que de allí se derivan. Mucha corbata y poca competencia es lo que hay.
Lo que hoy estamos viviendo es el abrebocas de lo que podría ocurrir si gana la propuesta estatizadora de Petro. Esa con la que lamentablemente gobernó quien lo derrotó en las urnas.
¿Amanecerá? Veremos
